En México, decir “la policía” es, para muchos, sinónimo de abuso, corrupción o ineficacia. No hablamos de un policía corrupto, hablamos de la policía como si fuera un todo homogéneo, inmodificable, infestado. Esa generalización, profundamente arraigada en el imaginario colectivo, no sólo rompe el vínculo entre ciudadanía y autoridad, sino que además mina la moral de aquellos policías que aún creen en su vocación de servicio.
Porque sí, aunque parezca difícil de creer para algunos, la mayoría de los policías en México no son corruptos. Muchos cumplen con su deber bajo condiciones precarias, con sueldos bajos, jornadas extenuantes y amenazas constantes. Lo hacen no por miedo, sino por convicción. Por proteger. Por servir.
Pero en un contexto donde el crimen organizado ofrece a los policías la perversa disyuntiva del “plata o plomo”, no basta con exigirles valentía heroica desde la seguridad de nuestra casa. Es necesario entender las condiciones de riesgo en las que trabajan, y desde ahí, exigir mejoras y apoyarlos cuando cumplen.
¿Qué pasa cuando la desconfianza social se vuelve norma?
La percepción negativa generalizada puede volverse una profecía autocumplida. Si un policía se sabe estigmatizado, humillado y desacreditado constantemente por la población, puede perder el sentido de dignidad y compromiso. Y ante una oferta criminal o un vacío de control institucional, caer en la tentación de actuar como lo que la sociedad ya lo acusa de ser.
Eso no lo justifica. Pero lo explica.
Y si no se comprende, difícilmente se podrá cambiar.
¿Qué podemos hacer como sociedad?
1 – Reconocer los buenos actos policiales.
Compartir casos donde se protegió, se ayudó, se actuó con dignidad. También existen historias que merecen ser contadas.
2 – Exigir profesionalización, controles internos y salarios justos, no solo castigo.
Un policía mal pagado y sin formación es una bomba de tiempo.
3 -Denunciar el abuso, pero no olvidar la dignidad.
Es posible exigir justicia sin perder el respeto por la función que representan.
4 – Educar a nuestros hijos en el respeto a la ley, y no en el desprecio automático por la autoridad.
Si de pequeños les decimos “no confíes en los policías”, no podemos exigirles más adelante civismo o responsabilidad social.
5 – Construir canales ciudadanos de colaboración.
Cuando vecinos y policías se conocen, la confianza crece, y el crimen retrocede.
Reconciliarnos con la policía es también construir paz
La policía no puede sola, pero tampoco podemos sin ella.
Reivindicarla no es exculparla de sus errores. Es distinguir al corrupto del que sí cree en su deber, y actuar en consecuencia. Porque si dejamos de creer en toda la policía, terminaremos por no tener policía en absoluto. Y ese vacío, en países como el nuestro, lo llena el crimen organizado… rápido y con sangre.
Reivindicar a la policía es también reivindicarnos como sociedad.
Para complementar, te recomendamos la lectura de nuestras ediciones: Qué hacer para salvar a la policía y Policía y sociedad en México.