Se le llama tráfico de influencias al uso indebido de relaciones personales o jerárquicas para obtener un beneficio, ventaja o trato preferencial, ya sea para uno mismo o para un tercero. Es una forma de corrupción silenciosa, difícil de detectar, pero con efectos devastadores para la confianza, la equidad y el desarrollo social.
No se trata solo de “ayudar a un amigo”; es utilizar un cargo, una amistad o una posición de poder para alterar un proceso que debería ser justo e imparcial.
¿Es delito en México?
Sí. El Código Penal Federal, en su artículo 221, establece que comete el delito de tráfico de influencias el servidor público que, por sí o por interpósita persona, influya en otro servidor público para que actúe a favor de un interesado, sin causa legítima. Las sanciones van de dos a seis años de prisión y multa, además de la inhabilitación para ocupar cargos públicos.
Pero no es exclusivo del gobierno. Aunque la ley penaliza sobre todo el ámbito público, el tráfico de influencias también se reproduce de forma cotidiana en el sector privado, en la academia, en grupos sociales, en los medios y hasta en lo familiar.
El verdadero problema del tráfico de influencias en México no es solo legal, es cultural. Desde niños, muchos escuchan frases como:
- “Mándale tu currículum, yo lo conozco.”
- “Ese lugar ya está apartado.”
- “Para conseguir algo ahí, necesitas palanca.”
- “¿Tienes algún conocido que nos eche la mano?”
Estas expresiones, aparentemente inocentes, han sembrado una lógica de relaciones donde la conexión vale más que la preparación, y donde la puerta se abre más por cercanía que por capacidad.
Esto derivó en:
- Desconfianza en las instituciones
- Desigualdad de oportunidades
- Frustración social
- Cierre de espacios para nuevos talentos
- Un entorno donde la ley se vuelve negociable
“El tráfico de influencias no solo distorsiona las decisiones, distorsiona los valores.”
¿Cómo romper esta dinámica?
- Reconocerla y no justificarla, aunque nos beneficie personalmente.
- Exigir procesos transparentes en el trabajo, la escuela y el gobierno.
- Educar en el mérito, no en la recomendación.
- Denunciar cuando observemos favoritismo que perjudica a otros.
- Construir relaciones profesionales basadas en el respeto, no en el “tú me debes”.
En una sociedad donde “el que tiene palanca gana”, no gana el mejor, ni gana el país.
Solo si recuperamos el valor de la honestidad, la equidad y la ética, podremos construir relaciones sanas, instituciones fuertes y una seguridad basada en justicia, no en favores.