Sí, se debe hablar — Que suenen los exorcismos

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Dos noticias gemelas, pero opuestas: por un lado, la revista Proceso dio a conocer la capacitación a sacerdotes para “dialogar” con el CO, en busca de mecanismos de pacificación. Días después, El País publicó que la Iglesia desmarcó esa idea: La Iglesia mexicana rechaza diálogos.

Este contraste expone un dilema urgente: ¿Hablamos con las bandas? ¿Son aliadas la consigna y la cruz, o necesitamos ser más estratégicos? Y en lugar de conversar con éstos, ¿no deberíamos los padres entablar un diálogo profundo con nuestros hijos, sobrinos y jóvenes antes de que sean cooptados o coaccionados y la única salida posible sea la cárcel o el panteón?

Antes de negociar con delincuentes, negociemos un abrazo con nuestros hijos. Porque no basta con evitar que hablen con éstos… si no les damos palabras mejores.


Contexto y riesgos reales

      • En regiones como Guerrero, Michoacán y Sinaloa, la presión del CO impulsa a adolescentes a convertirse en “halcones” o en mensajeros. El padre que no advierte, el hijo que no escucha, y la comunidad que no actúa, permiten que las redes delincuenciales avancen desde lo íntimo.
      • Estudios y organizaciones sociales advierten que el 70% de los jóvenes sin proyectos reales, con soledad o alejados de la escuela, son blanco fácil de reclutadores.
      • Los programas de prevención aún son mínimos en el contexto comunitario; la reacción estatal, tardía; y nuestra implicación personal… casi inexistente.


Diálogo sí, exorcismo también

Si el camino que propone un sacerdote para transitar seguro por zonas violentas incluye “acordar una tregua” con las bandas, me temo que no proponemos un diálogo con la sociedad, sino un ritual de supervivencia. Si un cura se sentara a platicar con una de estas personas, más que diálogo, necesitaría realizar un exorcismo.

Porque antes de pactar con la muerte, tenemos que evitar que se acerque a los nuestros.

¿Qué tipo de diálogo necesitamos?

      1. Escuchar a los jóvenes sin juzgar. Su dolor, su vacío, su esperanza.
      2. Informar sin dramatizar. Mostrar los hechos: “La escuela no sería lo mismo sin ti; tu vida importa”.
      3. Acompañar proyectos concretos. Un taller, un empleo, un servicio comunitario, un equipo de fútbol.
      4. Fortalecer vínculos emocionales previos al riesgo: la familia, la comunidad, la escuela, el consejo juvenil.
      5. Convertir la prevención en política pública local, promovida desde iglesias, escuelas, ONG y gobiernos.

Si no hablamos, llegará el silencio que abre la puerta a la violencia estructural. Si no actuamos, nos convertirán en víctimas pasivas. Pero tenemos otra opción: la prevención, la escucha activa, la oportunidad, la calidez humanista que brota del hogar y la comunidad.

Antes de negociar con delincuentes, negociemos un abrazo con nuestros hijos. Porque no basta con evitar que hablen con éstos… si no les damos palabras mejores.

 

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