Las cifras mostradas por el estudio Piratería en México. Diagnóstico de la oferta y de las acciones institucionales, desarrollado por la AmCham y el Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad, muestran que la piratería y el contrabando generan ingresos considerablemente mayores no sólo a las fuentes legítimas de ingresos en México tales como el turismo, el petróleo o incluso las remesas, sino además al narcotráfico.

El delito de contrabando y piratería se consuman al momento de vender en el mercado sus productos ilegales y somos las mismas personas quienes, al adquirir este tipo de mercancías, cerramos el ciclo, convirtiéndonos irremediablemente en cómplices.
Los salarios bajos, seguramente, juegan un papel fundamental en la proclividad de la sociedad a recurrir a la compra de productos ilegítimos. Es preciso reflexionar más allá del ahorro que nos proponen, reconociendo al monstruo que alimentamos cada vez que adquirimos un producto pirata, pues la red comercial que involucra su venta se encuentra perfectamente tejida por la delincuencia organizada.
Contrario a lo que se podría pensar sucedería con el endurecimiento de las leyes, al entrar en vigor la reforma para perseguir de oficio la piratería a mediados del 2010, sucedió lo contrario, ya que anterior a esa reforma, de cada 10 productos, 4 eran ilegales; después de la reforma lo son 6 de cada 10. Es decir, la piratería tuvo un incremento del 50%.
Basta recordar que 8 de cada 10 personas consumen productos piratas, generando un impacto económico superior a $43,000 millones de pesos anuales, colocando a México como uno de los principales países que mueven y venden este tipo de productos.
Por lo anterior, no serán las autoridades y sus leyes las que van a resolver del todo este flagelo, somos nosotros, como ciudadanía informada y organizada, quienes podemos y debemos actuar evitando la compra de piratería, aún cuando nos represente un supuesto ahorro y beneficio, pues le representa un ingreso al maleficio de la delincuencia organizada.
Valdría la pena imaginarnos que cada vez que alguien se detiene en un puesto ambulante y saca su dinero para adquirir un producto pirata, es, de alguna manera, la misma escena en la que una persona se posa frente al estanque de la ballena asesina en el parque marino y levanta un pescadito, para darle un pequeño bocado al animal.
En ese momento la ballena, en el estanque -que no deja de ser por su propia naturaleza una verdadera exterminadora-, con todo cuidado y siguiendo las instrucciones de su entrenador, sale del agua y simpáticamente toma el bocadillo sin herir a la persona que amablemente la nutre y se vuelve a sumergir.
Esa misma ballena, sin embargo, sale al mar recorriendo el país y al momento de llegar a algún otro lugar para devorar a alguno de sus enemigos o cómplices que la hayan traicionado, irrumpe en una fiesta de jóvenes para ultimar a alguno de ellos y, desafortunadamente, con el coletazo que da, muchos otros inocentes son derribados al mismo tiempo.
Pensemos en los miles de personas que han perdido la vida en estos últimos años a causa de delitos o situaciones relacionadas con el crimen organizado y consideremos seriamente que nuestro dinero, al adquirir un producto ilegal, alimenta poco a poco a este tipo de ballenas que hoy recorren nuestro país.
Si resulta evidente que con los esfuerzos actuales no es posible cazarlas y atraparlas, bien podemos contemplar extinguirlas a través del hambre, evitando comprar sus mercancías ilegítimas.