Externalidad – Cómo la usan empresas para crear comunidades seguras

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Hace unos años, fui invitado por una importante empresa a impartir una conferencia sobre prevención de delitos y cultura de seguridad organizacional. El evento tendría lugar en sus instalaciones, dentro de un moderno parque industrial en el norte del país. Al llegar, me llamó la atención lo que se veía justo al cruzar la calle: una escuela pública deteriorada, con bardas grafiteadas, ventanas rotas, maestros visiblemente desgastados, y estudiantes que más que entusiasmo, portaban el lenguaje corporal de la desconfianza.

Antes de ingresar a la sala de conferencias, pregunté al personal de logística si conocían el nombre de la escuela. Nadie supo responderme. La mayoría ni sabía que ahí había una.

Durante la sesión, uno de los directivos me interpeló con franqueza:
—David, nosotros hacemos todo lo posible por cuidar lo que es nuestro. Pero la zona está complicada. Lo de afuera, ¿cómo nos afecta realmente?

Aquella pregunta me dio pie a explicar lo que muchos en el sector privado aún no dimensionan: los riesgos no se detienen en la reja perimetral, y muchas veces, se incuban justo del otro lado.


En tiempos donde la seguridad es cada vez más frágil, tal vez sea hora de recordar que el verdadero blindaje no siempre se compra: a veces, se siembra.


¿Qué es una externalidad?

El término puede sonar técnico, pero su impacto es muy concreto. En economía, una externalidad es cualquier efecto secundario que una actividad genera en terceros, sin que esos terceros hayan participado en la decisión.

Las externalidades pueden ser negativas (cuando afectan) o positivas (cuando benefician), pero en ambos casos, se transmiten silenciosamente desde la empresa hacia su entorno o viceversa.

Externalidades negativas: cuando la seguridad se desequilibra

En el caso de esa empresa, su presencia generó beneficios económicos para su plantilla, pero también trajo consigo efectos no previstos:

  • Incremento del tráfico pesado en rutas escolares.
  • Mayor atracción para bandas delictivas interesadas en robo de transporte o vigilancia de rutinas.
  • Elevar el costo de vida en la zona y desplazamiento de familias vulnerables.
  • Exclusión involuntaria de la comunidad escolar en sus políticas de seguridad.

La escuela frente a sus oficinas no era una coincidencia urbana. Era una radiografía de las externalidades negativas generadas sin querer, pero no sin consecuencia.

Externalidades positivas: cuando la empresa se convierte en aliada

En contraste, recuerdo el caso de una empresa de manufactura instalada en Querétaro. En vez de aislarse, decidió compartir su infraestructura de seguridad con su entorno inmediato. Iluminó la calle lateral que usaban también estudiantes, capacitó al personal docente en protocolos de protección civil, y creó una red de colaboración vecinal con negocios y familias cercanas. Invitó, además, a jóvenes a participar en programas de formación técnica.

El resultado fue notable: disminuyeron los reportes de vandalismo, el ausentismo escolar bajó, y la empresa se posicionó como parte del ecosistema, no como un ente ajeno con bardas altas. Generó externalidades positivas, sin necesidad de rebasar su presupuesto operativo, pero sí con visión estratégica y conciencia social.

¿Por qué esto importa?

Porque la seguridad no es un asunto que pueda encerrarse entre cuatro paredes. Una empresa que no reconoce su impacto territorial —para bien o para mal— termina expuesta al mismo riesgo que intenta evitar: la inestabilidad de su entorno.

Si se abandonan los alrededores, nace el riesgo. Si el resentimiento social está presente, la probabilidad es alta de que ocurra sabotaje, de robo interno, de vandalismo o de pérdida de confianza. Las amenazas no sólo vienen de “afuera”. Muchas nacen del vacío relacional entre la empresa y su comunidad.

Las empresas no pueden hacerse responsables de todo lo que sucede en su entorno, pero sí pueden preguntarse con honestidad:

¿Estoy dejando huellas que suman o que restan?

Las externalidades positivas no son un lujo ético, son una estrategia inteligente. Porque cuando una empresa invierte en su contexto —aunque sea con pequeños gestos— lo que recibe a cambio es mucho más que reputación: es estabilidad, confianza y, en el fondo, una red silenciosa de protección comunitaria.

En tiempos donde la seguridad es cada vez más frágil, tal vez sea hora de recordar que el verdadero blindaje no siempre se compra: a veces, se siembra.

 

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