El Bien Vivir como modelo de seguridad

Newsletter - El Bien Vivir como modelo de seguridad

Las comunidades indígenas de México no son simplemente “víctimas” del CO, la pobreza o la marginación: tienen un legado de sabiduría, organización colectiva y valores que pueden aportar soluciones reales a la seguridad pública y ciudadana. En un país que vive altos niveles de violencia y delincuencia, reconocer ese aporte es tan urgente como desafiante.

Las comunidades indígenas mexicanas —que representan aproximadamente el 15 % de la población del país— enfrentan múltiples riesgos: invasión de sus territorios por grupos criminales, reclutamiento forzado para cultivos ilícitos, desplazamientos, amenazas a líderes y una constante presión sobre sus formas tradicionales de vida.

En ese contexto, estas comunidades sufren doble violencia: la que proviene del crimen organizado y la que brota de la ausencia de Estado o de políticas de seguridad que desconocen su cultura, idioma y estructura comunitaria.

El “Bien Vivir” y su vigencia en clave seguridad

El concepto de “Bien Vivir” —derivado de cosmovisiones indígenas latinoamericanas— promueve el equilibrio entre persona, comunidad y naturaleza. ¿Qué tiene que ver con la seguridad? Todo. Porque si la seguridad es más que patrullas y muros, implica tejido social, cuidado de lo común, prevención y valores compartidos.

Las comunidades que practican formas tradicionales de gobierno local, hacen uso colectivo de los recursos, tienen rituales de cohesión y respeto mutuo, pueden servir como modelos preventivos contra la fragmentación social, la vulnerabilidad y la manipulación del crimen organizado.

“La paz que queremos no es la ausencia de disparos. Es la presencia de comunidades que cuidan, que participan, que actúan juntas.”

¿Qué pueden aportar al mundo urbano/colectivo?

      1. Comunidad más que individuo:
        En muchas comunidades indígenas el bien colectivo se antepone al interés individual. Esa lógica reduce la soledad, la exclusión y, por tanto, la vulnerabilidad ante la delincuencia.

      2. Vigilancia participativa y preventiva:
        Los sistemas comunitarios de vigilancia, asambleas, guardias comunales —cuando no se han pervertido— demuestran cómo la seguridad se construye desde abajo, no solo desde arriba.

      3. Uso del territorio como factor de protección:
        Ese conocimiento del entorno físico y social, de las rutas, de los signos de cambio, puede dar pistas valiosas para detectar la infiltración del crimen organizado.

      4. Resolución tradicional de conflictos:
        Ritos, mediaciones, sanciones comunitarias (no siempre perfectas) permiten que los conflictos no escalen automáticamente al uso de la fuerza.

      5. Relación virtuosa con la naturaleza:
        Cuando la comunidad trata la tierra, el agua, el monte como patrimonio colectivo, está menos dispuesta a que fuerzas externas (como los grupos delictivos) lo destruyan o lo corrompan.


Decir que las comunidades indígenas “no tienen nada que aportar” es no solo falso, sino peligroso. Las realidades de marginación, pobreza o ausencia estatal convierten a estas comunidades en zonas de riesgo, pero precisamente ese riesgo las ha obligado a desarrollar resiliencia, autoorganización y formas de protección colectiva.

Reconocer su aporte no es romantizarlo, sino verlo como una fuente de prácticas de seguridad sostenible que pueden replicarse o adaptarse en contextos urbanos o mixtos.

Recomendaciones para integrarse al modelo urbano‑rural

      1. Incluir a líderes indígenas en los análisis de seguridad local, escuchar su visión del territorio.

      2. Diseñar programas de prevención que reconozcan culturas comunitarias, en lugar de imponer modelos externos.

      3. Fortalecer la vigilancia comunitaria y complementar con apoyo institucional, no sustituir.

      4. Crear espacios de diálogo intercultural entre autoridades urbanas y comunidades rurales para compartir aprendizajes.

      5. Promover la educación en “Bien Vivir” como parte de la cultura de seguridad, no solo como discurso ecológico.

Cuando miramos hacia las comunidades indígenas no como “necesitadas”, sino como aliadas, abrimos una puerta hacia una seguridad mucho más humana, duradera y colectiva.

 

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