Cómo prevenir el impacto de las marchas

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Ayer, las calles de la Ciudad de México volvieron a arder. La marcha contra la gentrificación, una causa que muchos consideran legítima, terminó convertida en un campo de batalla improvisado. Pintas, cristales rotos, enfrentamientos con la policía y negocios vandalizados. Un escenario repetido, cada vez más frecuente y cada vez más peligroso.

La protesta como ejercicio social tiene un lugar innegociable en las democracias modernas. Es expresión de libertad, de inconformidad, de resistencia incluso. Pero cuando esa protesta deriva en violencia, saqueo o destrucción, se vacía de contenido social y se transforma en un acto que hiere a la colectividad, deslegitima causas y profundiza la fragmentación de una sociedad ya polarizada.

En el caso de la manifestación de ayer, el reclamo por los efectos de la gentrificación en barrios tradicionales de la capital fue eclipsado por encapuchados que tomaron el control del contingente, reventaron vidrios de locales, prendieron fuego a pancartas y libros y agredieron a periodistas. ¿La causa? Difícil saberlo. ¿Los daños? Millones de pesos. ¿La consecuencia? El mensaje se diluye, la empatía social se rompe, y los actores violentos imponen su narrativa.

La violencia desvirtúa la causa, divide a la sociedad y refuerza aquello que se pretendía combatir. Si no sabemos hacia dónde protestamos, terminaremos por destruir el lugar mismo donde queremos vivir.


Violencia con pretexto, daños sin causa

Este fenómeno no es exclusivo de México. En Chile, Colombia, Estados Unidos, Francia… las protestas sociales muchas veces son utilizadas como fachada para intereses políticos, oportunismo delictivo o ejercicios de manipulación ideológica. El reclamo social se convierte en combustible para agendas ajenas. Y la población, lejos de solidarizarse, inicia a temer, a huir, a encerrarse.

Cuando la violencia se institucionaliza en la protesta, dejamos de avanzar. Las calles no se convierten en trincheras de justicia, sino en espacios donde se compite por imponer miedo.

¿Qué podemos hacer como sociedad?

1 – Diferenciar: No todas las marchas son violentas

No todas las protestas degeneran en caos. La mayoría son pacíficas, ordenadas, y buscan ser escuchadas. El problema comienza cuando normalizamos la violencia como forma de expresión.

2 – Prevenir desde lo personal y lo empresarial

Como ciudadanos:

      • Evitar zonas de alta concentración en días de marcha.
      • No confrontar ni grabar directamente a grupos violentos.
      • Respetar a quienes marchan en paz y denunciar provocaciones.

Como negocios:

      • Proteger vitrinas y accesos anticipadamente si tu local está en ruta de marcha.
      • Suspender operaciones presenciales si se prevé escalada de violencia.
      • Revisar pólizas de seguro y protocolos de emergencia.


Sensibilizar para reconstruir

La protesta es un derecho, no un cheque en blanco. Desde las escuelas, los medios, las familias y las instituciones, debemos recuperar el valor del disenso pacífico. Enseñar que la indignación no requiere piedras, que el dolor colectivo no se cura con violencia, y que muchas veces, quienes lanzan la primera piedra no representan a nadie, salvo a sus propios intereses.

Es urgente hablar con los jóvenes, con los activistas, con los líderes comunitarios. Mostrar cómo una causa noble puede ser secuestrada por quienes solo buscan generar caos. Recordar que la gentrificación, el feminismo, la justicia social, la pobreza, la migración o cualquier otra lucha válida, se vuelve rehén del oportunismo cuando se pierde la brújula del respeto.

La violencia desvirtúa la causa, divide a la sociedad y refuerza aquello que se pretendía combatir. Si no sabemos hacia dónde protestamos, terminaremos por destruir el lugar mismo donde queremos vivir.

 

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