Operaciones en zonas de conflicto

Estrategia para entornos de alta volatilidad
César Guzmán

“Las empresas deben implementar estrategias de seguridad robustas.”

César Guzmán

Maestría en Investigación Criminal en Ciencias Forenses, Centro de Estudios Superiores en Ciencias Jurídicas y Criminologías de la CDMX. Licenciado en Derecho. Licenciado en Seguridad, con Especialidad en Criminología y Criminalística. Perito Dactiloscópico y Técnico en Desactivación de Artefactos Explosivos por la Guardia Civil Española.

Fue analista de inteligencia, agente de la unidad táctica (SWAT) y coordinador en áreas de Inteligencia en el Gobierno Federal, comisionado en PGR (Interpol), Policía Estatal y Policía Municipal de Guadalajara durante 20 años. Instructor de agentes federales, estatales y municipales en áreas táctico-operativas, en el Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Entrenado en manejo de crisis, negociación de rehenes, secuestros, inteligencia y contra inteligencia, Academia FBI, Quantico Virginia. Interdicción de narcóticos en carreteras y aeropuertos, Agencia Antidrogas de los E.U. (DEA). Terrorismo, Inteligencia, Seguridad y Defensa por miembros del Ejército en Tel Aviv, Israel. Protección a Funcionarios y manejo táctico de vehículos, academia Lompoc California. Entrenamiento por la Guardia Civil Española y en República Checa por miembros del SOG (fuerzas especiales del ejército).

Presidente de ASIS International Capítulo México Occidente. Vicepresidente de la Asociación Mexicana de Protección Ejecutiva. Actualmente, se desempeña como Director General y de Inteligencia Corporativa en una importante empresa de consultoría.

 

Las empresas que operan en zonas de conflicto enfrentan varios riesgos significativos, incluyendo amenazas a la seguridad del personal, tales como secuestro, extorsión, cobro de piso, daños a las instalaciones, uso de explosivos, daño colateral por el uso de armas de fuego y otros artefactos para generar violencia, interrupciones en la cadena de suministro y riesgos reputacionales, derivado de no poder operar en caso de un conflicto armado o daños a la infraestructura de la zona. 

Para mitigar estos riesgos, las empresas deben implementar estrategias de seguridad robustas, como la contratación de seguridad privada profesional y especializada esta última deberá hacer mach con la tecnología,  el establecimiento de protocolos de emergencia y la realización de análisis de riesgos continuos, actualizando la información por lo menos cada 3 meses. Es crucial mantener una comunicación constante con las autoridades locales y las comunidades para estar al tanto de la situación y adaptar las medidas de seguridad según sea necesario.

Es fundamental establecer una cultura de seguridad interna que involucre a todos los niveles de la organización. Esto incluye programas de sensibilización y capacitación específica para el personal sobre cómo actuar ante situaciones de riesgo, así como la definición clara de roles durante una contingencia. Una empresa que invierte en la preparación de sus equipos humanos no solo reduce la exposición al riesgo, sino que mejora la capacidad de respuesta y recuperación ante cualquier incidente.

Por otra parte, muchas empresas están recurriendo a modelos de inteligencia estratégica, combinando fuentes abiertas con análisis geo espacial, monitoreo de redes sociales y colaboración con organismos especializados en seguridad regional. Estos enfoques permiten anticiparse a escenarios críticos, reducir la incertidumbre y ajustar operaciones con base en información contextual. Esta capacidad de adaptación continua es clave para mantener la sostenibilidad operativa en entornos de alta volatilidad.

Antes de establecer operaciones en una región de alto riesgo, las empresas deben evaluar varios factores clave. Estos incluyen la estabilidad política y económica de la región, la presencia de grupos armados, la infraestructura disponible, y las leyes y regulaciones locales. También es importante considerar la capacidad de la empresa para implementar medidas de seguridad adecuadas y la disposición de los empleados a trabajar en condiciones potencialmente peligrosas.

Realizar un análisis de riesgos exhaustivo y consultar con expertos en seguridad puede ayudar a tomar decisiones informadas, además de sacar toda la inteligencia posible de los factores de riesgo que más podrían afectar la empresa estableciendo escenarios con el fin de saber si la empresa podría tender ese tipo de eventos una vez establecida en la zona.

A este análisis debe añadirse una evaluación del entorno social y cultural, que considere aspectos como el nivel de aceptación comunitaria hacia inversiones privadas, antecedentes de conflicto social, y la percepción local sobre las fuerzas de seguridad y las autoridades. El entorno humano es un factor determinante, pues una comunidad hostil o frustrada puede convertirse en un generador constante de tensiones y riesgos operativos. Establecer relaciones tempranas con líderes comunitarios, instituciones educativas o actores sociales puede facilitar el acceso a información sensible y prevenir conflictos antes de que escalen.

Es recomendable implementar matrices de vulnerabilidad y escenarios prospectivos que permitan anticipar cómo evolucionarían los riesgos bajo distintas condiciones, tales como cambios de gobierno, nuevas legislaciones, brotes de violencia o colapsos logísticos. Esta planificación no solo permite mitigar amenazas, sino también fortalecer la resiliencia corporativa y garantizar que las inversiones hechas en entornos complejos no se conviertan en pasivos financieros o reputacionales a largo plazo.

Las empresas deben adoptar varias mejores prácticas. Estas incluyen la capacitación regular del personal en protocolos de seguridad, la implementación de sistemas de vigilancia y control de acceso, y la creación de planes de evacuación y emergencia. Es esencial establecer una comunicación clara y efectiva con los empleados sobre los riesgos y las medidas de seguridad.

La colaboración con empresas de seguridad privada y la consulta con expertos en seguridad también pueden mejorar la protección, además del intercambio de información y buenas prácticas entre las empresas ya establecidas en la zona.

A estas acciones se suma la importancia de realizar simulacros periódicos que preparen al personal para actuar de manera coordinada y eficiente ante diversos escenarios de crisis, desde disturbios civiles hasta ataques armados o desastres naturales. La anticipación y la repetición estructurada generan confianza y reducen la probabilidad de errores bajo presión. Asimismo, contar con una estructura interna de respuesta rápida —como brigadas de emergencia— otorga a la organización mayor autonomía en sus primeras acciones.

Otra buena práctica es la implementación de medidas diferenciadas por niveles de riesgo y función dentro de la empresa. No todos los empleados enfrentan los mismos peligros ni tienen el mismo nivel de exposición. Por ello, resulta eficaz establecer protocolos específicos para conductores, supervisores de campo, personal administrativo y ejecutivos.

La vigilancia basada en inteligencia —como el monitoreo de patrones delictivos, mapeo de rutas críticas o sistemas de alerta temprana— permite anticiparse a eventos de riesgo. Además, el uso de tecnologías móviles para seguimiento en tiempo real, aplicaciones de comunicación segura y canales de reporte confidencial fortalecen la capacidad de respuesta y la toma de decisiones en situaciones críticas.

Las empresas deben tener protocolos de seguridad bien definidos. Estos protocolos deben incluir procedimientos de evacuación, comunicación de emergencia, y coordinación con las autoridades locales. Es importante tener equipos de respuesta rápida y capacitación específica para el personal sobre cómo actuar en estas situaciones.

La implementación de sistemas de alerta temprana y la realización de simulacros regulares también pueden mejorar la preparación y la respuesta ante emergencias las unidades de inteligencia creadas por los equipos de seguridad de las empresas son un arma esencial para el éxito de la seguridad preventiva de la empresa porque con esto se puede anticipar situaciones de riesgo y así el daño colateral será menor.

A estos elementos debe sumarse la creación de manuales operativos específicos para cada tipo de incidente, con roles y responsabilidades claras, y una cadena de mando definida que funcione aun cuando haya una falla en las comunicaciones. Es clave entrenar a los equipos no solo en reacción táctica, sino también en control emocional, toma de decisiones bajo presión y primeros auxilios.

La simulación de escenarios reales, con estrés inducido, fortalece la capacidad de respuesta y reduce el margen de error humano. Además, se recomienda mantener actualizado un directorio interno de contactos clave, con accesos rápidos a servicios médicos, cuerpos de seguridad, bomberos y responsables internos. Esto permite reducir los tiempos de reacción y facilita la toma de decisiones críticas en los primeros minutos de una emergencia.

Es recomendable establecer zonas seguras dentro de las instalaciones y rutas de evacuación múltiples que sean conocidas por todo el personal. Los protocolos deben contemplar alternativas para el resguardo temporal del personal en caso de que salir del lugar sea más peligroso que permanecer.

El uso de tecnología geo espacial, botones de pánico móviles y enlaces directos con centros de mando o agencias externas puede marcar la diferencia entre una situación contenida y una tragedia.

Finalmente, es fundamental realizar evaluaciones posteriores a cada evento —por menor que parezca— para aprender de los errores, ajustar los protocolos y fortalecer la cultura organizacional de seguridad. La preparación no debe verse como un gasto aislado, sino como parte del ADN operativo de la empresa, especialmente en contextos donde la violencia y la incertidumbre son parte del entorno cotidiano.

La inteligencia y el análisis de riesgos juegan un papel crucial en la toma de decisiones de seguridad en entornos de conflicto. Estos procesos permiten a las empresas identificar amenazas potenciales, evaluar la probabilidad y el impacto de diferentes riesgos, y desarrollar estrategias de mitigación adecuadas.

La recopilación de información de fuentes confiables y la colaboración con expertos en seguridad pueden mejorar la precisión del análisis de riesgos. Además, la inteligencia proactiva puede ayudar a anticipar problemas y adaptar las medidas de seguridad en consecuencia.

Dicho de forma sencilla: si no tienes claro a qué te enfrentas, no puedes prepararte bien. En zonas complicadas, donde todo cambia rápido, contar con buena inteligencia es como tener un mapa en medio de la niebla. A veces esa información proviene de agencias oficiales, otras de contactos locales, y otras más de los mismos trabajadores, quienes conocen bien el terreno. La clave está en unir todas esas piezas para tener un panorama más claro antes de decidir moverse, invertir o intervenir.

Es importante que el análisis de riesgos no sea un documento estático guardado en un cajón. Debe ser algo vivo, que se actualice constantemente con datos reales, testimonios, incidentes recientes, cambios políticos o nuevos actores en la zona. Invertir en equipos que sepan leer la realidad y anticiparse es más barato —y más efectivo— que reaccionar tarde.

Una buena decisión de seguridad muchas veces empieza con una buena pregunta y una fuente confiable que sepa cómo está el terreno hoy, no cómo era el año pasado.

Esto implica establecer relaciones de confianza, mantener una comunicación abierta y transparente, y colaborar en iniciativas de desarrollo comunitario. La negociación y el diálogo con grupos armados pueden ser necesarios para garantizar la seguridad del personal y las operaciones.

Es importante respetar las leyes y regulaciones locales y mostrar sensibilidad cultural para evitar conflictos, muchas veces la aportación a la sociedad local de beneficios tales como programas sociales, parques escuelas o simplemente empleo, ayuda a las empresas a operar de manera segura, ya que en la zona los beneficiados son las familias de los grupos armados en su mayoría y este beneficio local que generan las empresas se transmite en seguridad para estas.

Pero ojo: interactuar con estos actores no significa perder el control ni ceder ante intereses ilegítimos. Se trata más bien de saber leer el entorno y encontrar los puntos donde los intereses de la empresa y los de la comunidad pueden coincidir. Las empresas que mejor operan en estos escenarios no son las que llegan con discursos, sino las que escuchan primero, entienden la dinámica local y se integran con respeto.

Cuando la comunidad te percibe como un aliado —y no como un extraño que solo viene a sacar provecho— se genera un ambiente de colaboración y protección informal que vale más que cualquier contrato. Esa percepción positiva no se logra con una sola acción, sino con constancia, coherencia y resultados visibles. Por eso, involucrarse genuinamente en la vida local, con presencia sostenida y beneficios tangibles, puede convertirse en la mejor póliza de seguro para operar en contextos difíciles.

Es fundamental institucionalizar estas relaciones. No basta con tener buena voluntad o acuerdos verbales. Se deben crear protocolos formales para la interacción con gobiernos, líderes comunitarios y —cuando sea necesario y legalmente viable— con grupos que tienen control territorial real.

Esto siempre debe hacerse con asesoría legal, apoyo de expertos en derechos humanos y mucha documentación. Designar un “enlace comunitario” dentro de la empresa, que mantenga canales de comunicación constantes y confiables, es una medida efectiva. Si las comunidades ven que sus preocupaciones son atendidas y que hay beneficios compartidos, es más probable que defiendan la presencia de la empresa ante cualquier amenaza externa.

En zonas de conflicto, la legitimidad social muchas veces pesa más que la protección armada.

Deben considerar, cumplir con las leyes locales de seguridad, obtener permisos y licencias necesarios, y adherirse a las regulaciones internacionales sobre derechos humanos y protección de civiles. También es importante estar al tanto de las sanciones y restricciones que puedan aplicarse en la región. Consultar con asesores legales y expertos en seguridad puede ayudar a garantizar el cumplimiento de todas las normativas relevantes.

Uno de los aspectos más importantes que las empresas deben considerar es tener cuidado de no involucrarse en negociaciones que transgredan las leyes con la finalidad de que la empresa siga operando en la zona y muchas veces los grupos armados orillan a eso a las empresas, en este caso es mejor llevar la empresa a otro lugar porque cualquier negociación no cumplida pone en riesgo a los empleados.

Hay que tener muy claro que en zonas de conflicto, las decisiones que se tomen en nombre de la seguridad pueden tener consecuencias penales o reputacionales muy serias.

No basta con “hacer lo que convenga en el momento”. Se deben establecer criterios éticos y legales firmes desde el inicio. Por ejemplo, pagar por protección a grupos ilegales o colaborar con actores fuera de la ley puede ser interpretado como complicidad. Incluso si esas acciones nacen del miedo o la necesidad, pueden poner a la empresa en la mira de autoridades nacionales e internacionales, afectar su licencia social para operar y exponer a sus ejecutivos a consecuencias judiciales.

En esos casos, lo más sensato no es “negociar a ciegas”, sino tener rutas claras de salida, evaluar si la operación sigue siendo viable y priorizar siempre la integridad de las personas por encima del negocio. Por eso, es indispensable documentar todo. Las empresas deben tener evidencia clara de que sus decisiones de seguridad se tomaron conforme a la ley, con asesoría jurídica y con respeto a los derechos humanos.

Es recomendable formar un comité legal interno o externo que revise las decisiones críticas, sobre todo en contextos volátiles. Contar con líneas de denuncia internas, mecanismos de auditoría y una política de cero tolerancia frente a prácticas ilegales es lo que puede marcar la diferencia entre una organización que actúa con responsabilidad y otra que, por omisión o negligencia, termina implicada en escándalos o procesos judiciales.

En zonas de conflicto, la transparencia no solo es una obligación ética, sino una estrategia de supervivencia institucional.

Las empresas de seguridad privada pueden proporcionar vigilancia, control de acceso, y equipos de respuesta rápida. Sin embargo, existen limitaciones, como la dependencia de la calidad y la capacitación del personal de seguridad, y la posibilidad de conflictos con actores locales. Además, la seguridad privada puede ser costosa y no siempre garantiza la protección completa.

Es esencial evaluar cuidadosamente las capacidades y limitaciones de las empresas de seguridad privada antes de contratarlas, debemos de evaluar la necesidad del uso o no de armas de fuego.

Muchas veces la estrategia de seguridad no necesariamente tiene que ver con la cantidad de elementos o bien con la seguridad privada y además debes estar atentos para evaluar cuando es necesaria el cambio de estrategia, actualmente la seguridad privada es auxiliar de la seguridad pública, sus limitaciones son la capacitación y en ocasiones la falta de criterio en la toma de decisiones.

Por eso, no basta con contratar una empresa y pensar que el problema está resuelto. Se necesita un modelo de gestión de seguridad que supervise y evalúe constantemente el desempeño del proveedor, que revise los protocolos de actuación, que entrene al personal en escenarios reales, y que garantice que las decisiones que se tomen en campo estén alineadas con la política de la empresa. La presencia de seguridad armada debe ser analizada con mucho cuidado, ya que su sola existencia puede disuadir, pero también escalar conflictos si no se maneja con profesionalismo y sensibilidad.

Además, es clave entender que en muchos contextos complejos, el enfoque preventivo y la construcción de relaciones con la comunidad pueden ser más efectivos que llenar el perímetro de guardias. La seguridad no se mide solo en barreras físicas, sino en percepción, confianza y capacidad de anticipación.

La empresa que entiende esto sabe que la seguridad privada es solo una herramienta dentro de una estrategia más amplia y dinámica, que debe adaptarse constantemente al entorno cambiante.

Las empresas pueden equilibrar la seguridad con la responsabilidad social y la relación con la comunidad mediante la implementación de programas de desarrollo comunitario, la creación de empleos locales, y la colaboración en iniciativas de paz y estabilidad.

Es importante mantener una comunicación abierta y transparente con la comunidad y mostrar sensibilidad cultural. La inversión en proyectos que beneficien a la comunidad puede mejorar la percepción de la empresa y reducir riesgos de seguridad. Además, la responsabilidad social puede fortalecer las relaciones y crear un entorno más seguro para las operaciones.

Esto está comprobado con varias empresas en México que actualmente operan en zonas de conflicto, han aportado a la sociedad local y siguen aportando, beneficiando familias que son parientes de delincuentes locales, estos beneficios, se traducen en protección para las empresas.

La clave está en lograr un vínculo auténtico. Cuando una empresa no solo emplea, sino también escucha, invierte en lo que la comunidad necesita y cumple sus promesas, comienza a ser vista como parte del ecosistema social.

En zonas de conflicto, esto puede ser mucho más efectivo que cualquier barrera o vigilancia privada. A veces, una cancha rehabilitada, un programa de becas o el apoyo a una clínica pueden generar un nivel de lealtad y colaboración que ningún protocolo de seguridad por sí solo logra asegurar.

El respeto se gana cuando la comunidad siente que la empresa no solo extrae recursos o genera ganancias, sino que devuelve algo de valor y se compromete con el bienestar colectivo. Ese vínculo genera una red de protección informal que muchas veces es más efectiva que cualquier valla o patrullaje, porque nace del reconocimiento mutuo y del sentido de pertenencia.

Estas acciones no deben ser vistas como “estrategias de imagen”, sino como parte del ADN operativo de una empresa responsable. Cuando los beneficios son reales, visibles y sostenidos en el tiempo, se rompe el ciclo de desconfianza.

Esto no solo reduce riesgos, sino que mejora la continuidad del negocio. En contextos difíciles, una comunidad que confía y colabora se convierte en el mejor sistema de alerta temprana, en un escudo natural frente a amenazas externas y en una fuente de estabilidad duradera.

Las tendencias actuales serían el uso de tecnología avanzada, como sistemas de vigilancia y análisis de datos, la implementación de protocolos de seguridad proactivos, actualizados y cambiantes constantemente, y la colaboración con expertos en seguridad.

Las empresas están adaptando sus estrategias para incluir la inteligencia artificial y el análisis predictivo, lo que permite anticipar amenazas y mejorar la respuesta ante emergencias. Además, hay un enfoque creciente en la responsabilidad social y la relación con la comunidad como parte integral de la estrategia de seguridad.

También se está viendo un cambio hacia modelos de seguridad más integrales y multidisciplinarios, donde ya no solo se considera el aspecto físico o reactivo, sino también la percepción, la estabilidad social y la protección reputacional.

Las empresas están entendiendo que prevenir un conflicto social puede ser tan prioritario como evitar un robo o un ataque. Por eso, están integrando unidades de análisis social, monitoreo de redes, observación del entorno comunitario y formación continua del personal de seguridad.

La seguridad ya no es un área aislada, sino parte de la estrategia central del negocio, especialmente en zonas de alto riesgo donde cualquier error puede tener impactos en múltiples niveles: operativo, humano y financiero.

Otra tendencia importante es la construcción de ecosistemas colaborativos entre empresas, organizaciones civiles, autoridades y consultores.

Ya no se trata de que cada compañía diseñe su estrategia de manera aislada, sino de crear redes de cooperación, intercambio de información y coordinación regional. Además, muchas empresas están invirtiendo en capacitar a sus propios equipos internos para que puedan operar con criterios de seguridad más técnicos y estratégicos.

En lugar de reaccionar, ahora se busca anticipar y planear, y en esa transformación la tecnología, la inteligencia contextual y la cercanía con las comunidades juegan un papel clave. En resumen, la seguridad corporativa se está volviendo más humana, más digital y más colaborativa.

Manual de Seguridad - Emblema

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