El 22 de septiembre de 2025 quedó grabado como un día de luto, desconcierto y dolor: un alumno de 16 años, Jesús Israel N., fue asesinado con arma blanca por otro estudiante dentro del plantel del CCH Sur de la UNAM, mientras un trabajador que intentó intervenir también resultó herido.
El agresor, que ingresó encapuchado y con arma, había dado señales previas: publicaciones en redes con imágenes violentas, mensajes inquietantes y pronósticos sombríos. La madre del agresor había llegado a reportar al 911 días antes que él saldría armado, advirtiendo una posible amenaza; ese aviso quedó como un eco olvidado.
Este hecho no es un simple incidente aislado ni una nota más en el archivo de la violencia escolar. Es —y debe ser— un espejo que nos exige mirar a nosotros mismos: escuelas, docentes, estudiantes, madres y padres, autoridades, comunidades enteras. Porque la seguridad no es responsabilidad exclusiva de unos pocos; se construye en conjunto.
Porque una escuela segura la construimos todos, y la paz escolar comienza cuando nadie camina con miedo dentro de su propio salón.
Las instituciones educativas suelen diseñarse como recintos de aprendizaje. Pero cuando esa burbuja se rompe, la tragedia demuestra que:
- Las vulnerabilidades internas se expanden si no se atienden los conflictos emocionales, el acoso, las redes digitales tóxicas o los discursos de odio que pululan entre estudiantes.
- No basta con cámaras, cercas o protocolos de emergencia si no hay cultura de convivencia, ética, escucha y diagnóstico.
- La seguridad escolar también es salud mental, prevención temprana y corresponsabilidad de todos los actores.
- Un campus no es “seguro” si quienes caminan por sus pasillos llevan silencios, traumas o indiferencia.
La seguridad y la paz escolar florecen cuando:
- Estudiantes sienten que su voz importa, que pueden expresar angustias, conflictos, malestar o incomodidades.
- Docentes y personal administrativo participan activamente en la prevención: no solo impartiendo clases, sino cuidando el clima del aula, el ambiente emocional y las relaciones.
- Padres, tutores y familias conocen señales de alarma, dialogan de forma abierta con sus hijos, participan en redes escolares.
- Autoridades educativas, psicólogos y orientadores sean accesibles, visibles, con recursos y protocolos reales.
- La comunidad (alrededores del plantel, vecinos, transporte, comercio) actúe como guardiana colectiva de la escuela.
- Estudiantes sienten que su voz importa, que pueden expresar angustias, conflictos, malestar o incomodidades.
¿Qué podemos hacer ahora mismo?
- Activar canales seguros de denuncia estudiantil, anónimos, protegidos y con seguimiento real.
- Crear “círculos de bienestar emocional” en aulas periódicos, espacios de diálogo guiado donde los jóvenes puedan expresarse.
- Capacitar a toda la comunidad (alumnos, maestros, personal de servicios, vigilancia, familias) en señales de riesgo, primeros auxilios psicológicos y protocolos claros.
- Promover la responsabilidad compartida: no dejar de ver, no callar ante agresiones, intervenir pacíficamente cuando se detecte un riesgo.
- Evaluar y fortalecer los protocolos institucionales, pero poniéndole alma: no solo reglas frías, sino humanidad, cercanía, acompañamiento.
- Activar canales seguros de denuncia estudiantil, anónimos, protegidos y con seguimiento real.
La escuela es como un jardín: no basta con mantener el cerco y las herramientas; si no se cultivan las semillas del respeto, la empatía y la participación colectiva, crecerán espinas feroces que hieren a los propios cultivadores.
Que este suceso no sea solo indignación pasajera. Que sea un punto de inflexión. Que los planteles dejen de ser pasillos solitarios y se conviertan en comunidades vivas donde el cuidado, el diálogo y el respeto habiten en cada rincón.
Adéntrate en este tema con las entrevistas realizadas a destacados académicos y expertos colaboradores de nuestra campaña: Seguridad en centros escolares, Redes sociales y violencia, Seguridad escolar, Seguridad para jóvenes y Tirador activo.